Tenía 21 años, recién me recibía de Licenciada en periodismo y tenía mucha energía e ideales para ofrecerle al mundo, pero poco curriculum y la buena voluntad es difícil de expresar en un pedazo de papel.
Noches de asados, de bares y profundas charlas con amigos y conmigo misma me convencieron de embarcarme en un viaje para conocer otras culturas y sin saberlo para conocer mi verdadera vocación.
Y así fue como saque mi pasaje a Lima. Mi rumbo fue Latinoamérica, conocer su gente, sus historias, sus religiones, su cultura… y me fui enamorando de los sabores y olores de la cocina de todos los países que visité, Perú, Bolivia, Costa Rica, Guatemala, Panamá, Nicaragua, y finalmente Méjico.
Cuando llegué al DF me enloquecí y enamoré al mismo tiempo, esa gigantesca ciudad del caos donde lo plural mata a lo singular fue una aventura en sí misma. La gente, el enjambre del tráfico, sus grandes y pequeños restaurantes… era como un gran parque de diversiones para todos los gustos y colores.
Una tarde, en la plaza Garibaldi, abstraída del ruido de los Mariachis leyendo “Historias de cronopios y de famas” un joven se acerco y me dijo:
-Te gusta Cortázar? Mi favorito es “Casa Tomada”
A pesar de mi juventud y de mis sueños de querer hacer un mundo mejor, en lo personal no creía en eso del amor a primera vista… eso que pasa una sola vez en la vida y que es algo mágico e indescriptible.
Pero al levantar la mirada de mi libro, mi cuerpo se adueño de sentimientos que nunca antes había experimentado.
Mi ruta y mi vida cambiaron de rumbo, Cuba quedo para el próximo viaje…
El DF dejo de ser ruidoso. Empezamos a charlar de libros, de autores, de música, proyectos… pasaron 5 horas y para mi fueron solo segundos.
Rodrigo, de nacionalidad Mejicana, había nacido en Guadalajara y se había mudado al DF a los 5 años, recién terminaba sus estudios en Economía, pero su verdadera vocación era ser escritor.
Ambos cruzábamos por esa tempestad que significa el querer transformar el mundo y no saber cómo empezar, ni por donde, y a veces también ¿para qué?
Conocí a sus amigos, cocinábamos para ellos, y teníamos noches en donde todos queríamos poner nuestro granito de arena para solucionar cualquier problema.
Una noche, después de cenar con vino Argentino y tomar algunos tequilas… tuvimos la loca idea de tener nuestro restaurant, todos disfrutaban de nuestras cenas fusión argentino-mejicanas (con los adicionales que me atrevía a incorporar de mi viaje por los países hermanos).
Acostumbrada a soñar, me fui a dormir sin darle importancia a nuestro proyecto. Rodrigo venía de una familia tradicional, todos en ella habían sido Abogados, Politólogos y Economistas… nunca iban a aprobar que el heredero de la familia Molinares renuncie al destino que habían tejido tantas décadas para embarcarse en un sueño alocado con una Argentina.
No sé de dónde sacó tanto valor, una semana más tarde llegó a “casa” con un baúl muy antiguo.
- “Esta es la vajilla que mi abuela me dejó”. Mañana a la mañana nos vamos a Buenos Aires a poner nuestro restaurante. Tengo algunos dólares… ¡Hagámoslo!
Gracias a su coraje, y a pesar de que no tuvimos la aprobación de la familia Molinares, hoy tenemos nuestro pequeño restaurante en Palermo, no es una gran Cadena, ni somos millonarios… pero somos felices y de alguna manera encontramos como darle nuestro granito de arena al mundo, a través de nuestra cocina y del amor que ponemos en cada receta.